11.5.12

Fuentes Olímpicas IV


La antorcha olímpica es uno de los símbolos más reconocibles de los Juegos Olímpicos, si no el que más. Pero es curioso señalar que no pertenece a su ceremonia original, sino que se creó con bastante posterioridad al inicio de los mismos y tampoco por iniciativa de Pierre de Coubertin, que sí ideó el emblema, bandera y juramento olímpicos.


En cierto modo su institución podría considerarse casi como casual, ya que partió de la idea del arquitecto holandés Jan Wils, que en su diseño del estadio olímpico de Amsterdam 1928 incluyó una torre y se le ocurrió que podría situarse un pebetero sobre ella, para encender una llama que ardería mientras durasen los Juegos.


El elemento figuró también en los Juegos de 1932, pero no se realizó una ceremonia especial de encendido. Todo el proceso que hoy en día asociamos a la llama, su encendido en Olimpia por medio de los rayos solares y su traslado procesional a la sede de los Juegos, culminando con el encendido del pebetero como señal de inicio de las competiciones, data de cuatro años después, en Berlín 1936, de una idea aprobada y avalada por el propagandista nazi Joseph Goebbels, la aportación original fue de Carl Diem, uno de los grandes investigadores sobre olimpismo de la historia.

Diem, personaje relevante de la organización de aquellos Juegos y al que los nazis habían querido expulsar por sus vinculaciones judías, había descubierto que una ceremonia de los Juegos griegos era una carrera hacia el altar de Zeus Olímpico, en la que el vencedor recibía el derecho a encender el fuego sagrado, e ideó el proceso que hoy conocemos, para encender la antorcha y trasladarla  a Berlín.

Goebbels, sin embargo, lo vio como elemento básico para reivindicar la 'germanidad' de unos Juegos que antes había llamado 'infame festival judío'. El pebetero fue encendido por un atleta, Fritz Schilgen, elegido por la perfección de sus rasgos nórdicos.

Pasada la debacle de la II Guerra Mundial la tradición del encendido en Olimpia y su viaje a la sede fueron recuperados, naturalmente sin carga ideológica y, paulatinamente, se fueron enriqueciendo y añadiendo detalles que confirman, casi, una historia olímpica por sí misma.