18.6.12

Informe Museo del Deporte “Pierre de Coubertin”

 
Espacio editorial del Mgter. Lic. Alberto Moro, director de Museo del Deporte "Pierre de Courbertin" (La Falda - Córdoba).

En su primera presentación:
Anécdotas Personales sobre el Antiguo Oficio del Box





ANÉCDOTAS PERSONALES 
SOBRE EL ANTIGUO OFICIO DEL BOX
Por Alberto E. Moro


La muerte de Teófilo Stevenson, a quien conocí personalmente en 1975 durante mi permanencia en México como delegado argentino al Congreso Panamericano de Gimnasia y Juez Internacional de la misma disciplina, me mueve a escribir sobre este deporte tan caro a mis afectos. Lo digo y lo escribo a sabiendas de que mucha gente aficionada a las prohibiciones autoritarias detesta esta actividad porque la considera inhumana, y porque en el fondo de su alma saben que jamás tendrían el valor de subir a un ring para enfrentar a un desconocido dispuesto a molerlos a puñetazos. Es la misma gente que acepta el automovilismo a 400 kilómetros por hora, el paracaidismo, las riesgosas acrobacias de todo tipo, la violencia del fútbol, y las picadas asesinas por las calles de la ciudad. Es la misma gente que acepta sin inmutarse el mortal hábito de fumar, alcoholizarse y drogarse libremente, la indignidad flagrante de la prostitución, y la corrupción galopante y peligrosísima para millones de los políticos argentinos, a los que sin embargo votan. Obsérvese que aceptar la corrupción política y la prostitución  mientras se pretende prohibir el box por inhumano, es incongruente en grado sumo.

Y habrá otra gente (presumiblemente algo menos del 50%), más aficionada a la libertad que a las indignas prohibiciones que hoy nos acosan, que acepta esta forma de construcción personal adoptada por muchos hombres y mujeres que la practican con valentía y entusiasmo.

Recuerdo haber elevado hace tiempo un proyecto para hacer una Comisión Municipal de Box para regular la actividad en nuestra ciudad, y un Gimnasio de Box para sacar a los jóvenes de la calle y la bebida. Como dato anecdótico, la respuesta del responsable fue: “A mí el boxeo no me gusta”, olvidando la evidencia incontrastable de que miles de millones de personas en todo el mundo son aficionadas a esta actividad como deporte y espectáculo.

Lo cierto es que el BOX, enfrentamiento a golpes de dos personas en igualdad de condiciones, sin más armas que sus propios cuerpos, forma parte de la historia social de la humanidad desde sus más remotos orígenes. (*)

También sé que el 99% de los lectores que me han honrados con su atención hasta este párrafo, no tienen la menor idea de quien fuera Teófilo Stevenson, incógnita que develaré al final de este escrito, pues a pesar de haber sido uno de los más grandes en sus hazañas, no fue mediático, prefiriendo el trabajo silencioso sin salir de su país.

Mis recuerdos más lejanos relacionados con el box se remontan a mi primera infancia cuando, hace ya muchos años, oía comentar a mi padre, que no era deportista, algunos pormenores de los famosos combates pugilísticos entre Max Schemelling, “la esperanza blanca” de la Alemania pre-Hitleriana, y el boxeador negro norteamericano Joe Louis, el “bombardero de Detroit”, que se adjudicaron uno cada uno de dos combates memorables.

Muy pocos años después, cuando aún teníamos los pantalones cortos que usaban los niños de entonces, hacíamos lo propio entre las sogas que armábamos entre los balcones y los árboles de la vereda, con un vecino llamado Ricardo González, quien más adelante llegaría a ser Campeón Sudamericano y famosísimo en el ambiente boxístico de Argentina con el apodo de “Gonzalito”. Andando el tiempo también llegaría a ser Presidente de la Casa del Boxeador, entidad benéfica para los veteranos de la actividad.

Al terminar la secundaria e iniciar mis estudios de la carrera de Medicina, supe que había Campeonatos Universitarios de Box y, como no podía ser de otra manera dado el aventurerismo y la usual inconsciencia de los jóvenes, allí estaba yo dando y recibiendo, seguramente más de esto último por mi inmadurez y carencia de maestros. Pero allí conocí a un gran boxeador argentino de los tiempos heroicos: Raul Landini, entre los organizadores y ya retirado de la actividad, Profesor Nacional de Educación Física de la primera camada argentina del Instituto de San Fernando. Esto sucedió, si mal no recuerdo, en 1949-50 aproximadamente. Alrededor de 25 años después volví a encontrar al viejo maestro en la Dirección Municipal de Deportes de Buenos Aires, donde ambos éramos colegas docentes, el enseñando Box y yo Gimnasia Deportiva. Al finalizar mis clases, alrededor de las diez de la noche, siempre tenía listos dos pares de guantes para hacer un round con cada uno de mis alumnos que quisiera prenderse en ese vicio del toma y daca. Afortunadamente no todos los hacían pues en buena me hubiera visto dado que eran cerca de 100 los asistentes al Centro Deportivo del Parque Chacabuco, donde trabajé 20 años, los dos últimos enseñando también boxeo en el novísimo y recién inaugurado Centro Deportivo Municipal del Parque Avellaneda.

También conocí en esas andanzas a, quien fue a boxear a Japón en busca de un título que no se le dio llevando como médico al Dr. Héctor Montoya de La Falda, y a Abel Laudonio, cuya tarjeta de presentación era “Yo fui el que lo noqueó a Loche.”

Pero en el interín, entre estos dos episodios con Landini, también recibí algunas enseñanzas y secretos del ring por parte de un conocido boxeador de la buena escuela mendocina llamado Antonio Lucero, más conocido como “Kid cachetada” y famoso por sus triquiñuelas, quien era instructor en un instituto privado en pleno centro, a dos cuadras del Congreso Nacional, instituto en el cual, años más tarde yo mismo sería Director por un lapso de ocho años. Y ya que he puesto en el párrafo anterior la conjunción Secretos del Ring, no me privo de recordar un libro de ese nombre, de Pedro Cuggia que apareció por aquellos años y que era una verdadera biblia para los cultores de la actividad.

Ese libro es inhallable hoy, pero tengo una buena noticia para quienes estén interesados en el tema. Mi amigo Pablo Moñita, me atrevería a decir que el discípulo más aventajado de Raúl Landini, profesor de educación física y docente en instituciones tan importantes como el Colegio Militar de la Nación, ha publicado no hace mucho un utilísimo libro cuyo título es El Arte de los Puños, en el que los prácticos de la especialidad podrán encontrar numerosas clarificaciones técnicas e históricas sobre el tema.

En 1975, un par de años antes de venir a vivir a La Falda, intervine como docente en el Primer Curso Municipal de Box, en el que participaron numerosos boxeadores, y maestros como el ya anciano y siempre circunspecto Raul Landini, y nuevos referentes como mi amigo Moñita, cuyo libro acabo de recomendar.

Al celebrarse los Juegos Panamericanos en Caracas 1983 donde además conocí al Presidente de la República Herrera Campins, como siempre sucedía por razones de idioma y cercanía geográfica, también entablamos amistad con los boxeadores brasileños. Por allí anda una foto en que el grandote peso pesado de ese país, bromeando con su fuerza, me tiene en brazos. Según creo recordar se llamaba algo así como Aldair Silva, y unos años después llegó a enfrentar profesionalmente con escasa fortuna al por entonces imbatible Cassius Clay-Mohamed Alí.

Al año siguiente, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, conocí al corpulento George Foreman, ex campeón ya retirado y abanderado del boxeo en la ocasión, quien más tarde, casi obeso, sin nada de la figura escultural que lo caracterizaba cuando joven, regresaría a los cuadriláteros para seguir acopiando triunfos y dólares, a caballo de la renovada prosperidad generada por la televisación masiva de los combates.

En ocasión de los Juegos Sudamericanos ODESUR (Organización Deportiva Sudamericana) celebrados en Santiago de Chile en 1986, como he hecho en todos los eventos en que estuve presente, asistí a las veladas boxísticas como miembro del Servicio Médico de Argentina, ocasión en la que tuve que atender a dos boxeadores argentinos cuyos nombres no menciono pues habían perdido muy feamente por K.O. Como contrapartida, relato que me llamó la atención uno de los nuestros por su furia y, si se me permite, su salvajismo sobre el ring. Tanto que hubo que atenderlo por sus agudos dolores en las muñecas, momento que mis compañeros también fotografiaron. Le comenté a los colegas presentes que ese pibe de Caleta Olivia tenía las condiciones para ser Campeón del Mundo, con el tiempo. Y fue profético: ya entonces se lo conocía como “Locomotora Castro”. Las maniobras y manipulación de los Jurados que tantas veces he observado, impidieron que fuera el número uno en esa oportunidad, pues en la final fue favorecido un huidizo brasileño llamado Madureira si recuerdo bien, del que nos habíamos hecho amigos, viejo “bicicletero” del ring que logró mantenerse a prudente distancia para no ser atropellado por la locomotora humana de Chubut.

En 1987, durante los Juegos Panamericanos de Indianápolis 1987 (Estados Unidos), además del lujo de ir a entrenar con los boxeadores argentinos, tuve ocasión de ver muy de cerca la impresionante escuela boxística cubana, cuyos boxeadores arrasaban con casi todos los títulos, de la mano del maestro Sarbelio Fuentes quien recientemente fue contratado por nuestro país para colaborar en el perfeccionamiento de nuestros boxeadores olímpicos. Y también vi muy de cerca, siendo él también un espectador estrella, la imparable verborragia –tan imparable como eran sus golpes cuando estaba en carrera- de Ray “Sugar” Leonard, tan tentado por el micrófono como lo requiere la exitosa y desfachatada publicidad inaugurada por el “bocaza” y campeonísimo Alí.

En los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 (Corea), por su magnitud y cantidad de eventos extra-deportivos, no hubo ocasión de intimar mucho con los boxeadores, pero sí asistir al Estadio por las noches, donde se habían montado dos rings, en los cuales las peleas se desarrollaban simultáneamente. En los Juegos, literalmente no nos detenemos un segundo los habitantes de la Villa Olímpica, no solo por las obligaciones que nos han llevado hasta allí, sino por la cantidad de eventos deportivos y culturales a los que se puede asistir.

Para un aficionado al Box, como quien esto escribe, ha sido una enorme ventaja que esta actividad siempre sea nocturna, lo que no ocurre con los restantes deportes, por lo que ha sido más fácil estar presente para ver, casi podríamos decir, un cuarto de siglo del boxeo sudamericano, panamericano y olímpico.

Y ahora, según lo prometido al principio, y a manera de homenaje a quien ha sido llamado a enseñar boxeo a los ángeles del cielo, hablaremos de Teófilo Stevenson, capturado en una soberbia imagen por este escriba-admirador en una de las fotos que acompañan a esta nota, cuando desfilaba en el Estadio Azteca como abanderado de Cuba en los juegos Panamericanos de México 1975. 
Fallecido el  11/6/2011, a la relativamente temprana edad de 60 años, creo que diciendo lo que diré a continuación sobre sus perfomances deportivas, quedará todo dicho. Fue Campeón Olímpico en Munich 72, en Montreal 76, y en Moscú 80. Pero además fue Campeón Mundial de la AIBA (Asociación Internacional de Boxeo Amateur) en tres ocasiones consecutivas. Seguramente hubiera sido también campeón en Los Ángeles 84 y Seúl 88, si no fuera que su país boicoteó esos Juegos en el marco de la puja ideológica llamada “guerra fría”, ya que se retiró después de un gran triunfo en el Mundial de Reno 1986 (Estados Unidos). Ganó 301 combates en los que participó a lo largo de 20 años. Se comentaba en el mundillo boxístico, aunque es probable que no sean más que suposiciones, que muchos boxeadores preferían no anotarse para los Juegos si sabían que debían enfrentarse con él. Rechazó infinitas ofertas para dedicarse al profesionalismo, incluso directamente para medirlo con Cassius Clay; pero las rechazó a todas para no ir contra la postura de su país, que abominaba del profesionalismo rentado. “No cambiaría un pedazo de la tierra de Cuba ni por todo el oro del mundo”, fueron sus palabras.

Felix Savón, su heredero cubano que también ganó tres campeonatos olímpicos (1992, 1996 y 2000), gigantón apacible de estampa imponente, con quien también tengo una foto personal tomada en el Teatro Carlos Marx de La Habana en los Panamericanos de 1991, acaba de sentenciar: “Corazón como el de Teófilo no había, era una gran persona”. Y paradójicamente, una falla de ese gran corazón le infligió el “nocaut” de su vida…

La Falda, Junio de 2012


(*) A quien le interese profundizar este tema, le recomiendo los capítulos alusivos de mi
      libro Conmociones en el Olimpo.

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Informe Museo del Deporte “Pierre de Coubertin” – La Falda - 25º Aniversario


1 comments :

La verdad que es un deporte hermoso, y me encantaria que mucha gente l opudiera ver, no hay nada de por medio ni pelotas ni autos solo dos deportistas y el ring