Espacio editorial del Mgter. Lic. Alberto Moro, director de Museo del Deporte "Pierre de Courbertin" (La Falda - Córdoba).
En su tercera presentación:
LOS IV JUEGOS OLÍMPICOS: LONDRES 1908
Informe
del Museo del Deporte “Pierre de Coubertin” en su 25º Aniversario
LOS
IV JUEGOS OLÍMPICOS: LONDRES 1908
Por Alberto E. Moro
Ante la proximidad de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, no está
de más hacer un poco de historia recordando que, con la que se avecina, Londres
se convertirá en la única ciudad que ha sido sede olímpica en tres
oportunidades, hecho en el que nadie parece haber reparado hasta el momento, al
menos por lo que se lee en los diarios.
Ya en
los comienzos de 1903 había gestiones concretas para que Roma fuera designada
sede de los Juegos Olímpicos de 1908, con el desacuerdo de Milano que se
consideraba la única gran ciudad italiana, y de Torino que también pretendía el
evento. Según expresiones de Pierre de Coubertin, “los juegos de Milano y
Torino serían vulgares y no servirían para nada a la causa” del olimpismo. El
deseaba a Roma “porque allí solamente, de regreso de su excursión utilitaria a
América (1904), el Olimpismo se revestiría con una toga suntuosa, tejida de
arte y de pensamiento, tal como yo la quise revestir desde el principio”.
Adhesiones posteriores de un príncipe intendente de la ciudad, de la Casa Real,
y de diversas instituciones, traslucían la certeza de que Roma sería la
elegida.
En
1905, Pierre de Coubertin viaja a Italia, con la doble finalidad de confirmar
la celebración en Roma de la IV Olimpíada, y aventar en el Vaticano ciertos
prejuicios existentes en los medios
clericales acerca del valor pedagógico del deporte. El éxito convincente de ese
segundo objetivo, no ocultó el “enfriamiento” de la candidatura de Roma, por
razones que nunca quedaron bien claras y sobre las cuales se prefirió un
“silencio prudente”, al decir del propio Coubertin, quien llegó a expresarse de
esta manera: “discretamente, el telón descendió sobre el decorado del Tíber
para levantarse luego sobre el Támesis”.
Los
prolegómenos estuvieron signados por
discusiones acerca del status étnico de los países centrales y de los nativos
de las colonias, así como sobre la situación de los protectorados y regiones
separatistas de distintos países, y por otras cuestiones menores, como los
planteos provocados por la difusión del sistema métrico decimal, y la
determinación de los logros atléticos en metros o yardas. Adoptándose el primer
criterio, esto no afectó demasiado a los atletas, pero muchos ingleses lo
sintieron como una humillación nacional.
Con
gran pompa, los juegos fueron inaugurados el 13 de Julio de 1908, en presencia
del rey y la reina de Inglaterra, los príncipes y princesas de Suecia y de
Grecia, y el cuerpo diplomático de numerosos países. Diez y nueve banderas
nacionales, seguidas por casi dos mil atletas vestidos con sus ropas
deportivas, salvo los norteamericanos que se negaron, dieron forma a un
imponente desfile, costumbre que se incorporaría más adelante definitivamente
en la apertura de todos los Juegos Olímpicos subsiguientes. Todo este solemne
boato, cumplido en el marco imponente de un enorme estadio construido
especialmente para la ocasión, en el que había plataformas de lucha, tiendas
para esgrima, pista de atletismo, espacios para gimnasia, y hasta una piscina
con un ingenioso mecanismo que elevaba desde el suelo la estructura de saltos
para trampolín, haciéndola desaparecer en otras pruebas para que no perjudicara
la visión panorámica de los espectadores.
Los Juegos
Olímpicos iban alcanzando la mayoría de edad a pesar de la lluvia casi
constante, y dado el esfuerzo de los británicos, la fiesta hubiera sido
completa de no mediar las discusiones, antagonismos y desavenencias propias de
todo emprendimiento humano. En especial
fueron notorias las actitudes disolventes de los norteamericanos, que apuntaban
principalmente al otro país anglo-parlante como si se tratara de una contienda
donde se dirimiría un pretendido honor nacional. Las primeras protestas de los
estadounidenses se debio a la ausencia de su bandera el día de la ceremonia
inaugural, hecho que presumiblemente fue accidental y no intencional.
Luego,
ante la descalificación de unos de sus atletas en los 400 metros, retiraron a
los restantes, con lo que el inglés Halswell debió correr solo la final de esa
prueba. También hubo gran malestar por los gritos de aliento excesivamente triunfalistas
de los norteamericanos que llenaban el estadio, disgustando en particular al
rey Eduardo, y mereciendo por parte de Pierre de Coubertin la calificación de
“bárbaros”.
A su
regreso a U.S.A., en los grandes festejos que se les tributaron en Nueva York,
no tuvieron mejor idea que pasear por las calles con la alegoría del león
británico encadenado, con lo que desataron un sonado escándalo diplomático.
Todo
esto forma parte de una historia que sucedió hace más de 100 años, olvidada
como todas por la memoria colectiva, por lo que esperamos que nada empañará
esta vez el espectáculo más grande del mundo.
Próximamente, nos referiremos a los segundos Juegos celebrados en
Londres.
La Falda, Junio de 2012
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