Espacio editorial del Mgter. Lic. Alberto Moro, director de Museo del Deporte "Pierre de Courbertin" (La Falda - Córdoba).
En su cuarta presentación:
LOS JUEGOS OLIMPICOS DE LA SEGUNDA POST-GUERRA: LONDRES 1948
Informe Museo del Deporte “Pierre de
Coubertin” en su 25º Aniversario – Año 2012
LOS JUEGOS OLIMPICOS DE LA
SEGUNDA POST-GUERRA:
LONDRES 1948
Por Alberto E. Moro
Es
interesante aclarar que el significado del término “Olimpíada” como derivación
del griego es el espacio de tiempo -4 años- entre un juego y otro, y por lo
tanto no es equivalente a Juegos Olímpicos, error muy frecuente y aceptado en nuestro
idioma. También es digno de destacarse que en la antigüedad helénica se
respetaba La Tregua Sagrada impuesta por esa extraña y ya remota sociedad,
frenándose toda contienda bélica entre las ciudades-estado de entonces mientras
duraban los Juegos. Y la historia nos informa que los Juegos Olímpicos de la
Antigüedad se celebraron durante 1.165 años con una sola interrupción debida a
un incidente bélico. No ha sido así en los juegos de la Era Moderna, en los
cuales, en poco más de 100 años, debió interrumpirse esa continuidad en tres
oportunidades a causa de las denominadas Primera y Segunda Guerra Mundial.
Delfo Cabrera, Campeón
Olímpico de la Maratón – Londres 1948
Así
como en la Primera Guerra Mundial no se realizaron los juegos previstos para 1916;
más adelante tampoco pudieron llevarse a cabo los Juegos de 1940 y 1944. Una catastrófica
conflagración conocida como la Segunda Guerra Mundial, con cincuenta y cinco
millones de muertos, las ciudades europeas reducidas a escombros, y una miseria
galopante como lógica consecuencia, impidió los que correspondían a las dos últimas fechas mencionadas.
A esta
atávica irracionalidad característica de la especie humana, podríamos también
agregar, en el mismo siglo, sendos boycotts
por razones políticas de la llamada Guerra Fría, que quitaron brillo y
universalidad a la extraordinaria empresa que es el olimpismo moderno,
considerado por muchos el mayor y el más espectacular evento que se celebra en
el mundo.
Pero no
había pasado mucho tiempo de esto cuando, en 1948, la rubia Albión y el
indomable león británico, alentados por el noble espíritu pro-deportivo del ya
desaparecido Pierre de Coubertin, permitieron que su ciudad capital, aún sobre
sus todavía humeantes ruinas metafóricamente hablando, albergara nuevamente los
Juegos Olímpicos.
En
Londres, por segunda vez sede de los Juegos, éstos fueron necesariamente
austeros, y reflejaron los antagonismos ideológicos existentes entonces,
naturales después de una contienda tan cruel como devastadora.
No
participaron los grandes vencidos de la contienda: alemanes y japoneses,
mientras que sí lo hizo Italia. La URSS, aún habiendo sido invitada, se negó a
participar, aunque algunos de sus países lo hicieron a título individual
soslayando las amenazas del poder central, pero -ya instalada la “cortina de
hierro”- los países “del otro lado” fueron silbados por la concurrencia.
Bulgaria y Rumania, a pesar de estar inscriptas, fueron retenidas por el cerco
comunista, que impidió su participación.
Sin
nuevas y grandes instalaciones construidas ex profeso, participaron poco más de
cuatro mil cien deportistas pertenecientes a 59 naciones. No obstante todo lo
sucedido y el horror de la contienda, la cantidad de adherentes al olimpismo
seguía creciendo. Los atletas fueron alojados en carpas militares, y en el Hospital
Militar de Richmond Park. Como concesión especial, se les adjudicó la ración
alimentaria correspondiente a “trabajo pesado”. Los opulentos norteamericanos, maestros
en el despilfarro y para envidia de todos los demás, llevaron para el consumo
de su delegación, cinco mil biff-stecs,
quince mil tabletas de chocolate, y una gran reserva de pan blanco.
En una
ciudad brumosa, con lluvias intermitentes pero constantes, sin vistosos
carteles ni ánimo para embanderarse, las “ganas de vivir”, fuerza vital de la
especie en las postguerras a la que ya hemos hecho referencia, creó el milagro
de los estadios repletos y el entusiasmo deportivo de siempre, como si nada
hubiera pasado.
En
estos Juegos hubo algunas conquistas interesantes para nuestro país sobre las
cuales no cabía ser triunfalistas, como siempre hacen lo políticos interesados,
debido a que los países de gran fortaleza deportiva acababan de salir de una
guerra devastadora en la cual no había tiempo ni infraestructura para
planificar entrenamiento alguno. No obstante, jamás le quitaríamos mérito al
esfuerzo de nuestros deportistas, que raramente entrenan en condiciones
óptimas, logrando sin embargo actuaciones sobresalientes.
La gran
figura -desde la óptica argentina- de aquellos Juegos fue mi amigo Delfo
Cabrera, triunfador en la prueba clásica de Maratón, con quien posteriormente
compartiríamos muchas horas de trabajo docente en nuestras especialidades, en
los Centros Deportivos Municipales de Parque Chacabuco y Parque Avellaneda de
la Capital Federal. Delfo, nacido en la localidad de Armstrong (*) (Prov. de
Santa Fe) por razones que no es del caso analizar aquí, no tuvo en Argentina la
gloria, el prestigio y el reconocimiento que su extraordinario triunfo hubiera
merecido, falleciendo trágicamente hace ya alrededor de tres décadas en un
desgraciado accidente automovilístico.
Otras
conquistas sobresalientes fueron las de Pascualito Pérez y Rafael Iglesias que
obtuvieron también la Medalla de Oro en Box; Noemí Simonetto en Atletismo,
Enrique Díaz Saenz Valiente en Tiro, y el equipo de Yachting, todos ellos con
Medalla de Plata: y, finalmente, Mauro Cía, también Box, con la Medalla de
Bronce.
En esos
Juegos participaron 4.092 deportistas -entre los cuales 242 argentinos- representando
en conjunto a 59 países.
Otras
estrellas de estos Juegos fueron en el atletismo de pista la holandesa Fanny
Blanckers Koen, madre de dos hijos y apodada por ello “La madre voladora”, y el
obrero checo Emil Zatopek, que inicia su fulgurante carrera olímpica, lo que le
valdría en adelante el mote de “La
locomotora humana”, capaz de ganar en unos mismos juegos los 5.000, los 10.000
y la Maratón, corriendo esas agotadoras pruebas con pocos días de diferencia
entre una y otra.
“La
mamita voladora” a su regreso a Amsterdam fue paseada en una carroza con cuatro
caballos blancos, y la Federación holandesa le regaló un “tocadiscos”,
haciéndole pagar el cincuenta por ciento. ¡Mezquindades europeas!
Argentina
con la delegación más grande hasta ese momento, obtiene dos medallas de oro,
tres de plata, y una de bronce. A diferencia de la madre voladora, a su regreso
a Buenos Aires fueron premiados concreta y generosamente por un régimen demagógico que hacía sus primeras armas, y
que en lo sucesivo haría una costumbre del agasajo a los deportistas con
obsequios que iban desde casas a motonetas adquiridos con los dineros públicos,
utilizados con fines de propaganda política y de adoctrinamiento ideológico.
¡Generosidades sudamericanas!
En los
inminentes Juegos Olímpicos de 2012, Londres se convertirá en la primera ciudad
del mundo en albergar tres veces este magno encuentro del deporte internacional
que, como es sabido, se adjudica a una ciudad y no a un país con el difícil
propósito de aventar los nefastos sentimientos nacionalistas que enfrentan
innecesariamente a los pueblos.
La Falda, Julio de 2012
(*) Esta ciudad santafesina lleva
los aros olímpicos en su escudo en homenaje a su
triunfador olímpico.
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