Espacio editorial del Mgter. Lic. Alberto Moro, director de Museo del Deporte "Pierre de Courbertin" (La Falda - Córdoba).
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REFLEXIONES POST-OLÍMPICAS SOBRE LONDRES
2012
Por
Alberto E. Moro (*)
“El principal objetivo en la vida no es
la victoria sino la lucha;
lo esencial no
es haber vencido sino haber luchado bien.”
Pierre de Coubertin
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La participación argentina en los Juegos Olímpicos, no exenta de los aventurados triunfalismos de siempre, deja margen para algunas reflexiones.
El Presidente del COA, cuyo apellido Werthein es sinónimo de aceitados contactos y relaciones con el poder económico e incluso político, ha manifestado recientemente que hay un Plan -lo cual es muy destacable tratándose de la invertebrada Argentina- que dará sus frutos en los próximos veinte años, en lo cual lo acompañamos con la inclaudicable esperanza de un futuro mejor. Para ello cuenta por mérito propio con el subsidio oficializado de un porcentaje sobre los cuantiosos ingresos producidos por la telefonía celular. Aunque sea duro decirlo, las prestaciones deportivas no dependen solo de los atletas sino en gran medida de las inversiones económicas inteligentes que se hagan en ese campo de la actividad humana.
Mucho depende también de los fondos que le son asignados a la Secretaría de Deportes de la Nación, a través de la cual se canalizan las necesidades operativas de las federaciones deportivas y entidades afines, lo que es siempre tributario de las decisiones políticas que se tomen al respecto. Y ya sabemos que la política quizás brinde más apoyo a las actividades que menos lo necesitan pero que son más visibles por tratarse de deportes “populares”.
Los centros deportivos que hoy llamamos “de alto rendimiento” en un país de las dimensiones del nuestro son insuficientes en número, pues cada ciudad importante, o cuando menos cada capital provincial debería tener el suyo para ampliar la base sobre la cual se construyen los triunfos olímpicos, panamericanos y sudamericanos.
Los talentos deportivos, a los que definimos como las ocultas cualidades potenciales y esenciales para alguna disciplina en particular, están en cualquier parte del conglomerado social. Solo que las más de las veces ni siquiera llegan a descubrirse. Cuando lo hacen es porque surgió la oportunidad al ponerse en contacto el joven talentoso con las instalaciones adecuadas y los maestros deportivos capacitados.
Es obvio que no podemos competir en este aspecto con países en los cuales cada colegio o universidad tienen su pista de atletismo, sus gimnasios, sus natatorios y sus canchas en perfectas condiciones. Esto hace al desarrollo de una base deportiva de miles de practicantes entre los cuales surgirán naturalmente los más dotados para cada especialidad con posibilidades ciertas de llegar al podio en los eventos internacionales. Hace años, me causó gran impresión saber, antes de Tokio 1964, que los japoneses constituirían su equipo olímpico de gimnasia efectuando un proceso selectivo entre 8.000 gimnastas de élite, mientras que entre nosotros los aspirantes no llegaban a una docena.
También suelo poner como ejemplo de este aspecto lo que sucede en la ciudad de las Sierras Cordobesas donde vivo, en la que, como en todas partes, seguramente hay talentos potenciales para ciertos deportes tales como la Lucha, el Levantamiento de Pesas, o los Saltos Ornamentales, pero que jamás llegarán a descubrirlo pues no tendrán la oportunidad ni siquiera de ver de cerca estas actividades, y mucho menos de iniciarse en su práctica.
Volviendo al tema de los Juegos Olímpicos que acaban de finalizar, no cabe duda de que al concluir los mismos, las falsas expectativas alentadas por algunos de los protagonistas y por los medios, en relación a los resultados han sido un tanto frustrantes, lo cual es bastante normal en un país en el que, frecuentemente, cuando algún equipo pierde en cualquier terreno proclama de una u otra forma ser el “ganador moral”. La población en general, alentada por las remotas probabilidades que se difunden como ciertas e inminentes, siempre espera del deporte lo que no puede esperar de la política, sin ver la estrecha asociación que hay entre ambos.
Y allí está el meollo de la cuestión. Hace tiempo, un buen día el diarios La Voz del Interior (17/10/99) publicó en su portada con el título de “La frase de la semana”, algo expresado por quien esto escribe en una entrevista: “Los resultados deportivos son, en definitiva, el espejo de un pueblo, sus costumbres y su evolución”, aseveración casi perogrullesca que en mi modesta opinión tiene más vigencia que nunca a la luz de los avatares que crónicamente se suceden en la República Argentina.
Es público y notorio que a nivel de los Juegos “ODESUR” (en su origen mas poéticamente denominados “Cruz del Sur”), Brasil y Argentina, los dos grandes países del cono sur, se reparten entre sí la mayoría de las medallas. Cuando se celebran los Juegos Panamericanos, la cosa cambia sustancialmente ya que en la justa intervienen potencias deportivas como Cuba, Canadá y Estados Unidos, por lo que la cosecha medallística disminuye ostensiblemente.
Y, a nivel olímpico, con la participación de todos los países del mundo, con escasísimas excepciones, las posibilidades son ínfimas. Recordemos que entre 1952 y 2004, más de medio siglo, Argentina no obtuvo ni una sola medalla de oro. Si damos un mínimo crédito a mi frase anteriormente citada, la participación de los grandes países organizados, planificados, desarrollados y ordenados nos hace abrevar en el no siempre placentero brebaje de la realidad que, desde Aristóteles, aceptamos como lo más cercano a la verdad lisa y llana, y que en este caso marca las notorias diferencias que nos separan de los países que cosechan muchas medallas.
No obstante estas consideraciones, estupendas y emocionantes satisfacciones hemos recibido en los últimos años del olimpismo moderno. Un espaldarazo impensado, ha sido la extraordinaria hazaña de ganar simultáneamente el oro olímpico en Fútbol y Basquetbol, deportes populares si los hay, en los Juegos de Atenas 2004, algo que nunca antes había sucedido. Sin desmerecer ni olvidar por ello el siempre esforzado aporte de otras disciplinas colectivas como el hockey y el voleibol, y el siempre sorpresivo y muchas veces inesperado éxito circunstancial de los deportes individuales que, como en el caso de Crismanich en Tae-kwondo, o Molinari en Gimnasia, nadie esperaba en estos Juegos. Son deportes considerados “raros” por el periodismo deportivo, y ni que decir por las autoridades, de cuyo apoyo suelen estar casi siempre huérfanos. En ese sentido, vale recordar que el Box, individual por excelencia y psicológicamente duro ya que enfrenta a dos personas a menudo desconocidas y dispuestas a demolerse mutuamente si ello es posible, ha sido el deporte que más medallas ha aportado en el historial de la participación olímpica argentina.
Según hemos sabido, en China se ha puesto en práctica un plan digno de imitarse: trabajar concienzudamente sobre el desarrollo de los deportes en los cuales no suelen obtenerse medallas.
Y a esta altura del presente comentario, no es ocioso hacer notar que hay deportes-juego y deportes-disciplina, que presentan una diferencia fundamental que pocas veces se tiene en cuenta. En los primeros el practicante juega, se divierte, desde el primer momento, mientas que en los segundos solo llega a disfrutar, si es que lo hace, después de un largo y esforzado aprendizaje. Por lo general los juegos requieren un trabajo colectivo, y las disciplinas una práctica individual. Como ejemplos, tenemos el fútbol, el basket, el volley el hockey, el water-polo en el primer caso; y en el otro la gimnasia, el atletismo, el box, el taekwondo, la natación, los saltos ornamentales y el levantamiento de pesas, con los cuales no agotamos la lista ni mucho menos.
A estos deportes individuales muy poco promovidos y ayudados en nuestro país, habría que prestarles más atención si a lo que se aspira es a lograr más medallas sin importar el color de las mismas. En particular al Atletismo, la Gimnasia, y la Natación, que son grandes proveedores de medallas pues un solo atleta puede ganar varias.
En estos Juegos de Londres 2012, el gimnasta argentino Molinari también hizo historia al lograr su inclusión en la final por aparato (Anillas) por primera vez en este difícil deporte, seguramente el más difícil del programa olímpico por su complejidad, riesgo y nivel de dificultad.
Debemos destacar que, eliminado nuestro hoy emblemático deporte del fútbol (herencia deportiva que como tantas otras hemos recibido de los ingleses) el papel desempeñado por nuestros equipos de juegos de pelota ha sido digno y encomiable en todos los aspectos, aún más allá de las extraordinarias hazañas del equipo femenino de Hockey y del tenista Del Potro al obtener la medalla de plata, y de la justificada frustración del equipo de basquetbol, que no se llevó una medalla por el canto de una uña, como solía decirse. Cuando se trata de ganar o perder, y sobre todo cuando esto sucede por una ínfima diferencia en el marcador que no alcanzan para afirmar que un conjunto es mejor que otro pues tienen muy parejos méritos, el azar, inherente al juego y presente en todos los deportes, según su voluble y esencial idiosincrasia puede inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Es por esto que Pierre de Coubertin, el restaurador de los Juegos, sostenía que “el principal objetivo en la vida no es la victoria sino la lucha; lo esencial no es haber vencido sino haber luchado bien.” Siguiendo este precepto, todos los participantes de una competencia deberían estar contentos. No habría un vencedor y una legión de frustrados, sino la satisfacción de haber dado lo máximo de sí mismo. Y en el caso de los Juegos Olímpicos, todo atleta debe sentirse muy orgulloso por haber logrado representar a su país, sumergiéndose en el reconfortante mar del olimpismo, donde se hace la comprobación experimental de que la convivencia armónica entre los pueblos no es una utopía. Durante dos semanas, una heterogénea multitud de bellos ejemplares humanos provenientes de todos los rincones del planeta, con sus diferentes idiomas, creencias e ideologías se interrelacionan amistosamente con un lenguaje común que condiciona sus acciones: el reglamento deportivo.
El lema olímpico Citius-Altius-Fortius es válido para los individuos y también para los países. Es más, es la esencia misma de la naturaleza humana, como lo demuestra un simple recorrido intelectual por la historia de la especie.
La Falda, Agosto de 2012
(*)
Magister en Antropología – Licenciado en Kinesiología – Profesor Jubilado
Ex Presidente de una Federación Deportiva
Ex Consejero del Comité Olímpico
Argentino
Integrante del Servicio Médico de
Argentina en Juegos Sudamericanos, Panamericanos
y Olímpicos.
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