El
deporte tiene el poder de cambiar el mundo… el poder de unir a la gente de una
manera que otras cosas no lo hacen… el deporte puede crear esperanza donde
antes solo había desesperación… es más poderoso que el gobierno para romper las
barreras raciales…
Nelson Mandela
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Es impactante mi impresión de que pocas
veces en los anales del deporte se ha reparado en el importante papel catalizador
(1) que esta actividad humana ha cumplido desde sus orígenes y sigue cumpliendo
en reiteradas ocasiones como agente disuasivo y componedor en diferentes
conflictos nacionales o internacionales.
Quizás se trate de la herencia agonística de la antigua sociedad griega fundada en la glorificación de la competencia deportiva y cultural que llegó a celebrarse cada cuatro años en Olimpia, Nemea, Delfos y Corinto, acontecimientos en los cuales se instalaba una Tregua Olímpica en la que se deponían todas las disputas territoriales y los conflictos bélicos entre los diferentes feudos y ciudades amuralladas para que los atletas y el público en general pudieran viajar a esos lugares sin riesgos y participar en la gran fiesta no solo deportiva sino, como destacamos más arriba, incluyendo también manifestaciones artísticas y culturales.
Ya entonces, desde 776 años antes de Cristo según cuenta la historia y hasta donde se sabe, encontramos un hecho extraordinario en el cual quedaba de manifiesto la potencia pacificadora del movimiento humano llevado al más alto rendimiento. Al parecer, en Olimpia, la cuna de lo que hoy llamamos olimpismo, se realizaban unas ceremonias religiosas en las que los adoradores de los dioses llevaban ofrendas que se acumulaban para hacer una gran pira en la que se los incineraba en honor a Zeus el supremo, y la abundante cohorte de ídolos que poblaban el imaginario de ese tiempo.
Según se cuenta, o más bien imagina la historia con cierta verosimilitud dados los temperamentos habituales de la especie, encender el fuego era un gran honor y no tardaron en surgir violentas disputas acerca de quién sería el encargado de hacerlo. Y la solución vino por el lado competitivo: se resolvió hacer desde cierta distancia una carrera, y el primero en llegar sería el encargado de oficiar ese aspecto de la ceremonia. Como diría Giordano Bruno (2) a quien se atribuye la frase aún empleada más de dos mil años después: Se non e vero, é ben trovato…
Dejando de lado estos tiempos con datos más conjeturales que históricos de la vieja Hélade, como se llamaba a sí misma la antigua Grecia, hagamos un salto temporal gigantesco para situarnos en los tiempos modernos que todos conocemos por haberlos estudiado y por haberlos transitado.
Viene a mi memoria la llamada “Diplomacia del Ping-Pong” en la década del setenta, en la que las tensas y casi nulas relaciones entre Estados Unidos y China, se apaciguaron por un acontecimiento deportivo que logró calmar los ánimos en el ámbito internacional. Eran épocas en las cuales no había ningún contacto político notorio entre chinos y norteamericanos, ni siquiera deportivos, que se realizaran compartidos en sus respectivos países.
Quizás se trate de la herencia agonística de la antigua sociedad griega fundada en la glorificación de la competencia deportiva y cultural que llegó a celebrarse cada cuatro años en Olimpia, Nemea, Delfos y Corinto, acontecimientos en los cuales se instalaba una Tregua Olímpica en la que se deponían todas las disputas territoriales y los conflictos bélicos entre los diferentes feudos y ciudades amuralladas para que los atletas y el público en general pudieran viajar a esos lugares sin riesgos y participar en la gran fiesta no solo deportiva sino, como destacamos más arriba, incluyendo también manifestaciones artísticas y culturales.
Ya entonces, desde 776 años antes de Cristo según cuenta la historia y hasta donde se sabe, encontramos un hecho extraordinario en el cual quedaba de manifiesto la potencia pacificadora del movimiento humano llevado al más alto rendimiento. Al parecer, en Olimpia, la cuna de lo que hoy llamamos olimpismo, se realizaban unas ceremonias religiosas en las que los adoradores de los dioses llevaban ofrendas que se acumulaban para hacer una gran pira en la que se los incineraba en honor a Zeus el supremo, y la abundante cohorte de ídolos que poblaban el imaginario de ese tiempo.
Según se cuenta, o más bien imagina la historia con cierta verosimilitud dados los temperamentos habituales de la especie, encender el fuego era un gran honor y no tardaron en surgir violentas disputas acerca de quién sería el encargado de hacerlo. Y la solución vino por el lado competitivo: se resolvió hacer desde cierta distancia una carrera, y el primero en llegar sería el encargado de oficiar ese aspecto de la ceremonia. Como diría Giordano Bruno (2) a quien se atribuye la frase aún empleada más de dos mil años después: Se non e vero, é ben trovato…
Dejando de lado estos tiempos con datos más conjeturales que históricos de la vieja Hélade, como se llamaba a sí misma la antigua Grecia, hagamos un salto temporal gigantesco para situarnos en los tiempos modernos que todos conocemos por haberlos estudiado y por haberlos transitado.
Viene a mi memoria la llamada “Diplomacia del Ping-Pong” en la década del setenta, en la que las tensas y casi nulas relaciones entre Estados Unidos y China, se apaciguaron por un acontecimiento deportivo que logró calmar los ánimos en el ámbito internacional. Eran épocas en las cuales no había ningún contacto político notorio entre chinos y norteamericanos, ni siquiera deportivos, que se realizaran compartidos en sus respectivos países.
Pero sucedió que en un Campeonato
Mundial de Tenis de Mesa realizado en
Japón en abril de 1971, los deportistas estadounidenses recibieron una
invitación para visitar Pekín (hoy Beijin) a continuación del torneo, lo cual
aceptaron siendo entonces la primera delegación norteamericana que viajaba al Celeste
Imperio desde hacía 22 años. Constituida por deportistas, entrenadores y
también periodistas, poner pie en la China comunista se convirtió rápidamente
en un acontecimiento de difusión internacional, lo cual tendría valiosas
implicancias políticas, como veremos.
Como consecuencia directa de este episodio, tres meses después, el diplomático estrella norteamericano y gran negociador Henry Kissinger viajó en secreto a China para acordar la visita del Presidente Nixon, la cual se concretó en febrero de 1972, donde el mandatario se abrazó con Mao Tse Tung (hoy Mao Zedong), en un gesto impensable hasta entonces. El deporte había derretido el hielo de la guerra fría, prestando un servicio a la paz y a la humanidad en su conjunto.
También tenemos el caso de Sudáfrica, país al que a causa del Apartheid se le denegó por parte del Comité Olímpico Internacional, la participación en los Juegos Olímpicos hasta que este injusto sistema fue derogado por el trabajoso acuerdo logrado por el entonces presidente Frederik Le Klerk con el líder negro Nelson Mandela, después que éste último estuviera 27 años encarcelado por el oprobioso régimen racista. No obstante y como es natural después de una grieta social semejante, había una enorme desconfianza de la población blanca hacia la presidencia de Mandela, quien supo atenuar mediante su convocatoria a los Springbooks para moverse por todo el país dando clases a los niños negros, y posteriormente, lo que es aún más extraordinario, sucedió que en el Campeonato Mundial de 1995 cuando el team sudafricano venciera a los favoritos All Blacks de Nueva Zelanda, su tarea pacificadora logró que todo el pueblo apoyara unánimemente al equipo que no hacía mucho era considerado un símbolo de los blancos porque en sus filas había un solo hombre de color.
Culminando con el triunfo esa verdadera e impensada fiesta para todos los sudafricanos, el Presidente Mandela entró al campo de juego y saludó uno por uno a todos los jugadores, ganando a través de este gesto ampliamente difundido por los medios, la confianza de los blancos. Como ex deportista (fondista y boxeador), Nelson Mandela conocía esos poderes ocultos del deporte. Algunas de sus frases los expresaban así: El deporte tiene el poder de cambiar el mundo… el poder de unir a la gente de una manera que otras cosas no hacen… el deporte puede crear esperanza donde antes solo había desesperación… es más poderoso que el gobierno para romper las barreras raciales…
Como consecuencia directa de este episodio, tres meses después, el diplomático estrella norteamericano y gran negociador Henry Kissinger viajó en secreto a China para acordar la visita del Presidente Nixon, la cual se concretó en febrero de 1972, donde el mandatario se abrazó con Mao Tse Tung (hoy Mao Zedong), en un gesto impensable hasta entonces. El deporte había derretido el hielo de la guerra fría, prestando un servicio a la paz y a la humanidad en su conjunto.
También tenemos el caso de Sudáfrica, país al que a causa del Apartheid se le denegó por parte del Comité Olímpico Internacional, la participación en los Juegos Olímpicos hasta que este injusto sistema fue derogado por el trabajoso acuerdo logrado por el entonces presidente Frederik Le Klerk con el líder negro Nelson Mandela, después que éste último estuviera 27 años encarcelado por el oprobioso régimen racista. No obstante y como es natural después de una grieta social semejante, había una enorme desconfianza de la población blanca hacia la presidencia de Mandela, quien supo atenuar mediante su convocatoria a los Springbooks para moverse por todo el país dando clases a los niños negros, y posteriormente, lo que es aún más extraordinario, sucedió que en el Campeonato Mundial de 1995 cuando el team sudafricano venciera a los favoritos All Blacks de Nueva Zelanda, su tarea pacificadora logró que todo el pueblo apoyara unánimemente al equipo que no hacía mucho era considerado un símbolo de los blancos porque en sus filas había un solo hombre de color.
Culminando con el triunfo esa verdadera e impensada fiesta para todos los sudafricanos, el Presidente Mandela entró al campo de juego y saludó uno por uno a todos los jugadores, ganando a través de este gesto ampliamente difundido por los medios, la confianza de los blancos. Como ex deportista (fondista y boxeador), Nelson Mandela conocía esos poderes ocultos del deporte. Algunas de sus frases los expresaban así: El deporte tiene el poder de cambiar el mundo… el poder de unir a la gente de una manera que otras cosas no hacen… el deporte puede crear esperanza donde antes solo había desesperación… es más poderoso que el gobierno para romper las barreras raciales…
Iluminando el presente, esas cualidades del deporte siguen asombrando. Después de 65 años desde la finalización de la crudelísima guerra de Korea que dividió en dos al país, podemos decir que se mantuvo el enfrentamiento de dos ideologías opuestas hasta el punto de que jamás declararon formalmente la finalización de la contienda, por lo que técnicamente aún están en guerra. Los continuos desafíos de Korea del norte pro-comunista con misiles y explosiones nucleares amenazando al mundo con la catástrofe, han sido reemplazados hace días por un deshielo monumental y esperanzador generado por la realización en el sur de los Juegos Olímpicos de Invierno. La competencia deportiva logró mucho más que la diplomacia en tantos años de beligerancia, al promover la participación de atletas del norte en los Juegos, seguida por promesas de acuerdo y encuentros diplomáticos totalmente impensables antes de ese evento, llegándose al extremo de una cumbre entre los dos presidentes de ambas naciones, que acaba de celebrarse. Quizás con el tiempo este gran paso inicial signifique el inicio de una reconciliación y la esperanzadora reunificación de los territorios divididos de un mismo país. Nuevamente, el deporte abrió las puertas de un entendimiento pacificador. Ya se habla de la posibilidad de una participación unificada en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio 2020. De concretarse, sería un acontecimiento prometedor y de un valor simbólico extraordinario.
Y esto está en línea con los fundamentos y objetivos del restaurador de los Juegos Olímpicos, el genial Pierre de Coubertin, quien al organizar el entendimiento entre los deportistas y fundar el movimiento olímpico moderno estaba exorcizando sus traumáticos recuerdos infantiles de la guerra franco-prusiana tan nefasta como todas ellas, y en especial para Francia, su país. Detrás de sus esfuerzos estaba la búsqueda obsesiva e inclaudicable de la paz como elemento supremo de la convivencia armónica entre los pueblos. Y no otra cosa son en esencia los Juegos Olímpicos, una reiterada prueba de que la flor y nata de la juventud de diferentes países pueden convivir con el idioma común del reglamento deportivo, no obstante sus diferencias culturales, lingüísticas, religiosas, políticas y morfológicas.
Abril de 2018
(1)
Catalizador.
Sustancia que acelera o retarda una reacción química sin participar en
ella. Los catalizadores positivos aceleran la reacción, mientras que los
negativos la retardan. Utilizamos la palabra en sentido figurado en el texto
precedente.
(2) Giordano Bruno (1548-1600), la
frase consta en su
libro Los furores heroicos, del año
1585. Astrónomo, filósofo y poeta italiano, murió quemado en la
hoguera, condenado por herejía, como era usual en esos tiempos crueles de
fanatismo religioso exacerbado.
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