Elegida por segunda vez la ciudad de Tokio como sede de los
Juegos Olímpicos, Alberto E. Moro, nos comparte este artículo que publicó en 1963.
TOKIO PRE-OLÍMPICO
Tokio
y sus diez millones y medio de habitantes viven ya una suerte de psicosis
colectiva cuyo origen radica en la enorme responsabilidad que significa la
organización de los XVIII Juegos Olímpicos, evento monstruoso que barre con un
soplo las fronteras del mundo para acercar en fraternal abrazo a todos los
deportistas del orbe. Y digo todos porque si bien unos pocos privilegiados
posarán realmente sus plantas en la tierra de los cerezos en flor, todos sin
excepción estarán presentes en espíritu cuando los acordes de la Marcha Olímpica
anuncien la apertura de los Juegos.
De los
285 participantes en Atenas 1896, se llega a los 5.902 representantes de 85
naciones en Roma 1960, siendo ésta la más grande Olimpíada de la historia.
¿Qué
pronósticos pueden hacerse respecto a la próxima, que se celebrará en la ciudad
de Tokio-Japón en 1964?
Dos
nuevos deportes con su buen contingente humano, el Yudo y el Voleibol, se
incorporan al programa olímpico, y los organizadores, basándose en las cifras
de Roma, cuentan con la probable participación de 8.000 deportistas y la
concurrencia de 30.000 visitantes.
Si
bien Japón ha tomado parte desde Estocolmo 1912 en los Juegos Olímpicos, con la
sola excepción de Londres 1948 (post-guerra), es la primera vez que esta magna
competencia se realiza en Asia, lo cual presentó una serie de problemas a
resolver, de orden urbano e idiomático. Los primero parecen estar solucionados
ya que las instalaciones deportivas, de modernísima concepción arquitectónica
la mayoría, están recibiendo las últimas pinceladas y se encuentran ubicadas en
el corazón de la ciudad, en los famosos jardines del Templo de Meiji, célebres
por la variedad de su árboles y el pintoresquismo de los caminos que lo
atraviesan.
El
problema difícil de resolver, que compromete por igual a japoneses y
visitantes, es el del idioma oficial de los Juegos, que será probablemente el
japonés. Los intérpretes capacitados son sumamente raros, y aún en los hoteles
es difícil encontrar personal que hable otros idiomas que no sean japonés o
inglés. Además, los nombres de las calles, los indicadores del transporte,
etc., se encuentran exclusivamente escritos en japonés antiguo en algunos casos
y japonés moderno en otros, complicaciones todas que hacen que el moverse en
esta ciudad, la más grande y seguramente una de las más desorganizadas del
mundo, se asemeje más que ninguna otra cosa a una verdadera proeza olímpica.
Los
japoneses, encabezados por el Emperador Hirohito, Presidente Honorario de los
Juegos, han hecho de los mismos una cuestión de orgullo nacional y no solo
piensan solucionar los inconvenientes que su celebración plantea, sino que
están decididos a mejorar su ya asombroso desempeño de Roma 1960, donde
compitieron con equipos completos en los 20 deportes que componen el programa
olímpico.
Por
rara paradoja, el deporte más difundido en el Japón es el béisbol que no se
disputa en las olimpíadas. No obstante, la difusión de los demás deportes es
extraordinaria merced al apoyo oficial a los mismos que caracteriza a todo país
evolucionado. Al béisbol le sigue el Yudo, con 4 millones de adeptos entre los
cuales hay 460.000 “cinturones negros”.
La
Federación Atlética cuenta con 200.000 afiliados, aunque no ha logrado aún
promover al estrellato internacional a ninguna de sus figuras.
La
larga y exitosa tradición natatoria de los japoneses, hace que haya 50.000
inscriptos en los clubes privados y alrededor de 300.000 nadadores en las
universidades y colegios.
En
gimnasia deportiva, el equipo japonés, campeón olímpico en Roma, sigue siendo
sin lugar a dudas el más poderoso del mundo, como lo prueban los resultados de
la Semana Preolímpica Internacional, disputada recientemente en Tokio, donde
los 6 nipones participantes hicieron suyos los seis primeros puestos en la
clasificación general, seguidos por la esperanza de Europa, el yugoeslavo
Miroslav Cerar, y el Campeón Olímpico de Roma, el ruso Boris Chakline.
Alrededor de 10.000 japoneses practican gimnasia en aparatos, y 90 gimnastas
han efectuado satisfactoriamente en la preselección el programa obligatorio
completo en las seis disciplinas olímpicas masculinas.
Entre
los deportes de conjunto el fútbol, que se practica desde hace 70 años en
Japón, cuenta con 150.000 jugadores; mientras que el básquetbol, introducido 20
años más tarde, en 1913, posee un caudal de 50.000 adeptos.
Uno de
los deportes más populares es el Voleibol, practicado por 4 millones de
personas de las cuales 1 millón afiliadas oficialmente. La difusión de este
deporte se debe al hecho de que se lo ha tomado como una manera de evadirse de
la rutina y falta de ejercicio que sufren todos los habitantes de una gran
urbe, como lo prueban las numerosísimas canchas que se observan en las azoteas
de Tokio.
Todo
el país vive, como decíamos al iniciar este artículo, una verdadera histeria
colectiva pre-olímpica, con campañas publicitarias nunca vistas hasta la fecha,
sellos postales alusivos, afiches y
viñetas en color, contribuciones voluntarias, campañas para suprimir la
propina, cursos de intérpretes, refacción de hoteles, remodelación de calles y
arreglos edilicios de todo tipo. En suma, todos los hijos del Sol Naciente
volcados a la concreción de un sueño: la olimpíada “Made in Japan”.
Ningún
detalle se descuida. En el Estadio Olímpico ya están colocados los mástiles
para las banderas de los países participantes. Ya se han previsto dos tipos de
alojamiento para los deportistas: uno al estilo clásico europeo y el otro,
optativo, al estilo japonés con todo el encanto de sus tradiciones milenarias.
Se está instalando un revolucionario sistema electrónico de Teleprocessing IBM que permitirá al
periodismo y al público de cada estadio conocer con precisión e instantaneidad
los resultados de las competencias que se estarán realizando simultáneamente en
los otros centros deportivos.
Otra
elocuente demostración del esmero puesto en la organización de los XVIII Juegos
Olímpicos, lo proporciona el hecho de saberse que la música que prestará marco
a la Ceremonia de Apertura, destinada a ejecutarse solo en esta ocasión, es una
pieza de 35 segundos de duración que fue seleccionada entre las composiciones
de 414 autores de todo el mundo, después de 5 sucesivos y minuciosos exámenes,
considerándose que la misma representa el gusto tradicional japonés.
La
Llama Olímpica, encendida en Olympia-Grecia con el calor del sol como en la
antigüedad, pero con el toque moderno de un espejo parabólico reflector, no
seguirá hasta Japón como se había pensado por la ruta de las legendarias
Caravanas de la Soja, sino que –menos románticamente- será transportada por
avión hasta Okinawa, haciendo escalas en Estambul, Ankara, Beirut, Damasco,
Bagdad, Teherán, Kaloud, Lahore, Nueva Delhi, Katmandú, Calcuta, Dakka, Rangún,
Bangkok, Kuala Lampur, Jakarta, Saigón, Manila, Taipei, Hong-Kong y Seúl, para
dejar en cada ciudad una parte de su luz.
Desde
Okinawa, la llama sagrada será llevada hasta Tokio por jóvenes atletas de 16 a
20 años, en relevos por todas las ciudades importantes de Japón.
Todo
lo consignado nos permite pronosticar, asegurando a estos Juegos un éxito sin
precedentes, tanto en número de concurrentes como en nivel técnico y
organizativo, así como una fastuosidad digna del legendario pasado oriental.
Aunque
no todos podamos viajar a Japón para presenciar los prometedores Juegos
Olímpicos de 1964, nos quedará seguramente el consuelo de ver un artístico
enfoque de los mismos en la película que documentará sus alternativas, y cuya
realización ha sido encomendada a Akira Kurosawa, el famoso director del film Rashomon. Eso si no nos sucede lo que
con “La Gran Olimpíada”, documental de la de Roma 1960 que nos emocionó hasta
las lágrimas, a pesar de que recién se vio en Buenos Aires, con inexplicable
atraso, en Noviembre de 1963, cuando esto se escribe.
Por
Alberto E. Moro
Buenos
Aires, octubre de 1963
La
Confederación de Deportes agradece a Alberto Moro, por la generosidad de compartir este artículo que nos invita a
conocer, recordar y destacar datos curiosos que han dejado huella en la
historia de los Juegos Olímpicos.
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