La antorcha olímpica es uno de los símbolos más reconocibles
de los Juegos Olímpicos, si no el que más. Pero es curioso señalar que no
pertenece a su ceremonia original, sino que se creó con bastante posterioridad
al inicio de los mismos y tampoco por iniciativa de Pierre de Coubertin, que sí
ideó el emblema, bandera y juramento olímpicos.
En cierto modo su institución podría considerarse casi como
casual, ya que partió de la idea del arquitecto holandés Jan Wils, que en su
diseño del estadio olímpico de Amsterdam 1928 incluyó una torre y se le ocurrió
que podría situarse un pebetero sobre ella, para encender una llama que ardería
mientras durasen los Juegos.
El elemento figuró también en los Juegos de 1932, pero no se realizó una
ceremonia especial de encendido. Todo el proceso que hoy en día asociamos a la
llama, su encendido en Olimpia por medio de los rayos solares y su traslado
procesional a la sede de los Juegos, culminando con el encendido del pebetero
como señal de inicio de las competiciones, data de cuatro años después, en Berlín
1936, de una idea aprobada y avalada por el propagandista nazi Joseph Goebbels,
la aportación original fue de Carl Diem, uno de los grandes investigadores
sobre olimpismo de la historia.
Diem, personaje relevante de la organización de aquellos
Juegos y al que los nazis habían querido expulsar por sus vinculaciones judías,
había descubierto que una ceremonia de los Juegos griegos era una carrera hacia
el altar de Zeus Olímpico, en la que el vencedor recibía el derecho a encender
el fuego sagrado, e ideó el proceso que hoy conocemos, para encender la
antorcha y trasladarla a Berlín.
Goebbels, sin embargo, lo vio como elemento básico para
reivindicar la 'germanidad' de unos Juegos que antes había llamado 'infame
festival judío'. El pebetero fue encendido por un atleta, Fritz Schilgen,
elegido por la perfección de sus rasgos nórdicos.
Pasada la debacle de la II Guerra Mundial la tradición del
encendido en Olimpia y su viaje a la sede fueron recuperados, naturalmente sin
carga ideológica y, paulatinamente, se fueron enriqueciendo y añadiendo
detalles que confirman, casi, una historia olímpica por sí misma.
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