La antorcha olímpica es uno de los símbolos más reconocibles
de los Juegos Olímpicos, si no el que más. Pero es curioso señalar que no
pertenece a su ceremonia original, sino que se creó con bastante posterioridad
al inicio de los mismos y tampoco por iniciativa de Pierre de Coubertin, que sí
ideó el emblema, bandera y juramento olímpicos.
En cierto modo su institución podría considerarse casi como
casual, ya que partió de la idea del arquitecto holandés Jan Wils, que en su
diseño del estadio olímpico de Amsterdam 1928 incluyó una torre y se le ocurrió
que podría situarse un pebetero sobre ella, para encender una llama que ardería
mientras durasen los Juegos.

Diem, personaje relevante de la organización de aquellos
Juegos y al que los nazis habían querido expulsar por sus vinculaciones judías,
había descubierto que una ceremonia de los Juegos griegos era una carrera hacia
el altar de Zeus Olímpico, en la que el vencedor recibía el derecho a encender
el fuego sagrado, e ideó el proceso que hoy conocemos, para encender la
antorcha y trasladarla a Berlín.
Goebbels, sin embargo, lo vio como elemento básico para
reivindicar la 'germanidad' de unos Juegos que antes había llamado 'infame
festival judío'. El pebetero fue encendido por un atleta, Fritz Schilgen,
elegido por la perfección de sus rasgos nórdicos.

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